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La solución perfecta

Vamos. Por supuesto que no existe. Hay soluciones buenas y malas. Algunas tienen resultados positivos que duran mucho tiempo y otras de largo plazo. Pero ninguna puede llegar a ser la solución perfecta y definitiva.

Primero, tenemos que tomar decisiones con información incompleta. Es imposible contar con absoluto conocimiento, por lo que la solución siempre tendrá algo de Hail Mary.

Segundo, siempre tenía sesgos y preconcepciones de prácticamente todo en esta vida, aunque no tengamos idea de que estamos hablando. Esos sesgos nos llevan lejos de Jan decisión objetiva.

Tercero, el mundo cambia con cada segundo que pasa. Y la solución que se diseñó, es muy probable que nazca obsoleta o que tenga una vigencia bastante corta.

Pero ojo, no es para tirarnos al pesimismo. Es para dejar claro cuál es el factor determinante de supervivencia en las empresas (y las personas): una audaz afinidad por explorar retos autoimpuestos y permanentes. Y la agilidad para rediseñar y operar iterativamente ad infinitum.

Las señales

Ahí están. Son a veces sutiles. La mayor parte del tiempo son obvias. Si estuvieras buscándolas las encontrarías en segundos. Pero ese es justamente el problema: o no estás buscándolas, o de plano no quieres encontrarlas.

Un cerebro reentrenado positivamente, posee una habilidad más desarrollada para identificar información que normalmente no vería otra persona. Información que no necesariamente apoya las preconcepciones que tenía, pero que, está íntimamente ligada a cualquiera que sea el tema en la mesa.

Cuando un cerebro está funcionando en modo estrés, negatividad, desesperanza aprendida, deja de ver nueva información y solamente reconfirma sus creencias y puntos de vista propios.

Así se llega a conclusiones erróneas. Así se genera lealtad a productos, servicios y personas que no necesariamente son los mejores. Así dejamos de tomar buenas decisiones con nuestros recursos. Así la gente confía en expertos que saben nada de su negocio. Así se embarca uno en proyectos destinados al fracaso. Y así también se forman dictaduras.

Llame… ¡ya!

Si estás en el negocio de la consultoría, deberías esperar que tu cliente estuviera llamándote mucho.

Debería sentir la confianza para platicarte lo que le apasiona, lo que está sucediendo en el día a día y también lo que le quita el sueño. Y eso nunca va a pasar si no siente que eres parte de su empresa.

Para que el cliente sienta que eres de casa tienes que de verdad serlo, no hay medias tintas: o te enamoras de su negocio, lo entiendes, lo vives en carne propia, lo sueñas creciendo; o el compromiso a medias y el interés económico va a terminar por llevarlos a una relación de cuenta chiles, intercambiando minutos por centavos.

Si tu cliente te llama temprano por la mañana y te dice “Se me ocurrió ésto anoche, ¿cómo ves?”, sonrie y vuélcate en el tema.

El viaje del héroe

Salir de la comarca en el señor de los anillos. Llegar a Arrakis en Dunas. Mudarse a San Francisco en Intensamente.

Todo empieza con un cambio en el status quo. El héroe es sacado, o se sale, de su estado de confort. Y ese evento dispara una serie de situaciones que hacen que el héroe se ponga en camino de su destino.

Al principio ese evento catalizador se puede ver como un infierno, como un problema que nadie quisiera vivir. Más tarde ese evento se convierte en el afortunado punto de inflexión en el que todo empezó.

¿Tú ya empezaste ese viaje en el cual podrás conevrtirte en héroe? ¿Ya estás en camino? Si es así, felicidades.

Si tu camino aún no inicia, ve pensando en cómo te encuentras uno de esos eventos que cambian la vida. Un dato: en las películas es muy obvio. En la vida real podría ser tan sutil como poner la alarma del despertador 1 hora antes.